En este artículo queremos centrar nuestra atención en un problema tan antiguo como la filosofía misma, pero con implicaciones profundamente contemporáneas: la dificultad de conocer, comprender y sentir la experiencia del otro. Si la empatía es el núcleo de la psicoterapia, entonces enfrentamos una paradoja: ¿qué tan cerca podemos realmente estar de la vivencia ajena cuando nuestra propia subjetividad nos limita inevitablemente?
Thomas Nagel, en su influyente ensayo "¿Qué se siente ser un murciélago?", nos ofrece una clave para pensar esta cuestión. Su argumento nos obliga a preguntarnos si es posible trascender nuestra perspectiva individual para acceder, aunque sea parcialmente, a la conciencia de otra persona. Más aún, nos lleva a reflexionar sobre lo que esto significa para la práctica psicoterapéutica, donde el encuentro entre dos subjetividades no solo es el medio, sino también el misterio central del proceso.
¿Alguna vez te has preguntado qué tan profundo puedes llegar a comprender a otra persona? En psicología, esta pregunta no es solo retórica, es el corazón de muchos de los procesos. El texto "¿Qué se siente ser un murciélago?" del filósofo Thomas Nagel nos invita a una reflexión crucial sobre los límites y posibilidades de la empatía, la subjetividad y la comprensión, conceptos fundamentales en la práctica psicoterapéutica.
Este texto plantea un desafío central: ¿podemos realmente conocer la experiencia subjetiva de otro ser, o estamos inevitablemente atrapados en nuestra propia perspectiva? A través de su famoso ejemplo de "¿Cómo es ser un murciélago?", Nagel nos muestra la dificultad de acceder a una forma de conciencia radicalmente diferente a la nuestra. Esta cuestión tiene implicaciones directas en cómo entendemos la experiencia del otro.
En esencia, el texto argumenta que la conciencia es inseparable de la experiencia subjetiva. Cada organismo, incluyendo a los seres humanos, tiene una forma única de experimentar el mundo. Esta "subjetividad" es el quid de la cuestión, un aspecto que los análisis reduccionistas a menudo ignoran.
Podemos asumir que los murciélagos tienen experiencias, pero su sistema sensorial (la ecolocalización) es tan diferente al nuestro que nos dificulta imaginar cómo es ser un murciélago. Mira diferente, siente diferente, es diferente
¿Podemos remotamente imaginarlo?
La empatía, un pilar de la psicoterapia, se ve directamente afectada por esta limitación epistemológica. La idea de "ponernos en los zapatos del otro" se enfrenta a una paradoja: nuestra propia subjetividad, moldeada por una historia de vida única, nos impide habitar plenamente la conciencia ajena. Tal como en física dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo, en la fenomenología de la conciencia, dos subjetividades no pueden coexistir en una misma experiencia.
Este es el verdadero reto de la empatía: no solo comprender al otro desde el lenguaje y la emoción, sino reconocer los límites inquebrantables de esa comprensión. En psicoterapia, esto obliga al terapeuta a abandonar la ilusión de una conexión total y, en su lugar, desarrollar una actitud de escucha radical, donde el énfasis está en la interpretación y la co-construcción de significados más que en la fusión de experiencias.
La intersubjetividad: la comprensión mutua y la co-construcción de significado entre individuos, fundamental para la cognición social y la fenomenología.
Sin embargo, no todo está perdido. El texto sugiere que podemos acercarnos a una comprensión más profunda a través del lenguaje y la creación de nuevos conceptos. En este esfuerzo, se genera un nuevo espacio fenomenológico, donde terapeuta y paciente construyen una intersubjetividad que, a su vez, puede resultar incomprensible para cualquiera que no haya participado en ella.
Esta intersubjetividad es un fenómeno irrepetible, un lenguaje común que solo cobra sentido dentro del contexto en el que fue creado. De esta manera, la psicoterapia no solo es un puente entre subjetividades, sino también una fábrica de significados únicos que emergen de la interacción humana y que pueden transformar la forma en que una persona se entiende a sí misma y a su sufrimiento.
Conocer el texto de "¿Qué se siente ser un murciélago?" en el contexto de la psicoterapia, nos parece fundamental; Thomas Nagel nos ofrece una perspectiva que trasciende el ámbito filosófico y se convierte en una herramienta de reflexión indispensable para quienes trabajan con la subjetividad humana. Al enfrentar los límites de la empatía, no nos encontramos con un callejón sin salida, sino con la posibilidad de construir un lenguaje común que permita, aunque sea de manera parcial, acercarnos a la experiencia del otro.
La práctica psicoterapéutica se convierte en un laboratorio donde la intersubjetividad cobra vida, donde terapeuta y paciente crean un espacio único, irrepetible, que solo puede comprenderse desde dentro. Reconocer que no podemos habitar plenamente la conciencia del otro no significa que el proceso sea en vano, sino que su verdadero valor radica en la construcción conjunta de significados, en el esfuerzo genuino de comprender sin poseer, de escuchar sin apropiarse.
Al profundizar en estas ideas, no solo enriquecemos nuestra práctica clínica, sino que también transformamos nuestra manera de relacionarnos con los demás. La empatía, entendida no como una fusión de subjetividades, sino como un diálogo constante entre perspectivas, se convierte en un acto de humildad y de respeto hacia la complejidad de la experiencia humana. Y quizás, al final, esa sea la enseñanza más valiosa de este texto: que en la imposibilidad de sentir exactamente lo que siente el otro, se esconde la verdadera esencia del encuentro humano.
Adjuntamos el texto integro de Thomas Nagel para su consulta, extraído del libro "El ojo de la mente, fantasías y reflexiones sobre el yo y el alma." donde también podemos leer la reflexión de sus compiladores: Douglas R. Hofstadter (científico cognitivo) y Daniel C. Dennett (filósofo).
Radiz Géneris: La raíz de lo esencial