Geoffrey Miller, renombrado psicólogo evolutivo, es conocido por su obra sobre psicometría y su enfoque en las diferencias individuales de rasgos de personalidad e inteligencia, temas que explora en profundidad en su libro Spent: Sex, Evolution, and Consumer Behavior. Ha estudiado cómo los rasgos de personalidad no solo influyen en nuestras decisiones y comportamientos cotidianos, sino también en nuestra salud mental y nuestras vulnerabilidades frente a lo que se considera trastornos
El siguiente artículo fue retomado del libro Este libro le hará más inteligente, editado por John Brockman, fundador de edge.org. En esta obra, Brockman reúne a algunos de los pensadores más influyentes del mundo, quienes exploran las abstracciones taquigráficas o SHAs, conceptos clave que resumen ideas complejas de manera precisa y poderosa. Estas SHAs permiten entender con mayor claridad cómo las ideas científicas afectan nuestra vida cotidiana
Conocer este artículo abre una puerta a nuevas formas de ver lo que consideramos como "normal" en la personalidad humana y cómo, en última instancia, esos límites pueden difuminarse. ¿En qué momento dejamos de ser nosotros mismos, y cómo podemos reconocer esa frontera?
Nos encanta trazar líneas divisorias claras entre el comportamiento normal y el anormal. Siempre resulta tranquilizador, al menos para las personas que se consideran normales. Pero no obedece a ninguna definición precisa. Tanto la psicología como la psiquiatría o la genética de la conducta coinciden últimamente en sus conclusiones y tienden a mostrar que no existen líneas de separación obvias entre lo que podría considerarse una «variación normal» de los rasgos fundamentales de la personalidad humana y las enfermedades mentales «anormales». La forma en que tendemos a concebir instintivamente la demencia —es decir, nuestra psiquiatría intuitiva— está profundamente equivocada.
Para comprender la locura hemos de entender primero la personalidad. En la actualidad, los científicos concuerdan en afirmar que hay cinco grandes rasgos que describen adecuadamente las variaciones relacionadas con los rasgos de la personalidad. Estos «cinco grandes» rasgos de la personalidad son: la apertura, los escrúpulos de conciencia, la extroversión, la complacencia y la estabilidad emocional.
Por regla general, los «cinco grandes» se distribuyen formando una campana de Gauss y, además de mostrarse estadísticamente independientes unos de otros, son genéticamente heredables, se mantienen estables a lo largo de la vida, son factores que se evalúan de forma consciente al elegir pareja o aceptar nuevos amigos, y también se hallan presentes en otras especies, como es el caso de los chimpancés. Los mencionados rasgos permiten predecir una amplia gama de comportamientos, tanto en el colegio como en el trabajo, en la actuación parental, en la propensión a la delincuencia, en la economía o en la política.
Es frecuente observar que los desórdenes mentales se hallan asociados con otros tantos casos de inadaptación extrema de los cinco grandes rasgos de la personalidad.
Un exceso de escrúpulos de conciencia permite prever la eventual aparición de un desorden obsesivo-compulsivo, mientras que la existencia de unos niveles demasiado bajos de ese mismo tipo de escrúpulos hacen pensar en una posible adicción a las drogas o en el surgimiento de otros desórdenes relacionados con el «control de los impulsos».
Una baja estabilidad emocional ha de llevarnos a anticipar la aparición de estados de depresión o de ansiedad, junto con otras clases de alteraciones, como las de índole afectiva bipolar, los trastornos límite de la personalidad o los desórdenes histriónicos.
Un bajo índice de extroversión favorece el llamado desorden de personalidad por evitación o del trastorno esquizoide de la personalidad.
Un bajo nivel de complacencia puede dar lugar a trastornos antisociales como el de la psicopatía y el denominado desorden paranoide de la personalidad.
Un elevado grado de apertura podría derivar, a la manera de un continuum, en una esquizotipia y una esquizofrenia.
Los estudios realizados en gemelos muestran que estos vínculos entre los rasgos de la personalidad y las enfermedades mentales no solo existen en el plano del comportamiento sino también en el nivel genético. Y de hecho, los padres que manifiestan características un tanto extremas en relación con alguno de los rasgos de personalidad descritos tienen muchas más probabilidades que la media de tener un hijo que padezca la enfermedad mental asociada con la exageración de dicho rasgo.
Una de las conclusiones que se pueden derivar implícitamente de lo anterior es que, muy a menudo, los «locos» simplemente muestran una personalidad con unas características que son solo un tanto más extremas de lo que habitualmente acostumbra a promover el éxito o a considerarse satisfactorio en las sociedades modernas —o una serie de conductas solo levemente más extremas de lo que solemos encontrar cómodo—.
Otra de las implicaciones posibles, aunque menos grata en este caso, es la de que, hasta cierto punto, todos estamos un poco locos. Todos los seres humanos actuales dan pruebas de padecer un gran número de desórdenes mentales. En la mayoría de los casos se trata de trastornos menores, pero en otros la alteración es considerable. Y entre dichas alteraciones no solo cabe incluir los clásicos desórdenes psiquiátricos como la depresión y enfermedades susceptibles de generar un tratamiento incluido en las pólizas de sus entidades.
Sin embargo, lo cierto es que la ciencia no encaja en la cuadrícula de imperativos que dibuja el sistema de las compañías aseguradoras. Queda por ver si la redacción de la próxima edición del DSM-5 se realiza con la intención de adecuarse a las necesidades de las empresas de seguros de los Estados Unidos y los funcionarios de la Agencia de Alimentos y Medicamentos de ese país o con el objetivo de lograr una mayor precisión científica en el ámbito internacional.
Los psicólogos han mostrado que, en muchos ámbitos, nuestras intuiciones instintivas se revelan falibles, pese a que muy a menudo cumplen una función adaptativa. La física del sentido común —esto es, el conjunto de conceptos ordinarios de tiempo, espacio, gravedad y cantidad de movimiento— no puede conciliarse con la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica o la cosmología.
Nuestra biología intuitiva o, dicho de otro modo, la serie de ideas relacionadas con la esencia de las especies y las funciones teleológicas, no alcanza a compaginarse con las teorías de la evolución, la genética poblacional o el adaptacionismo.
Nuestra ética intuitiva, que tiende al autoengaño, al nepotismo, a las conductas excluyentes, antropocéntricas y punitivas, no se corresponde con ningún conjunto coherente de valores morales, ya sean estos de raíz aristotélica, kantiana o utilitarista.
Y según parece, la psiquiatría intuitiva que manejamos adolece de límites similares. Y cuanto antes adquiramos una clara conciencia de esos límites, tanto mejor lograremos ayudar a las personas que padecen alguna grave dolencia mental y tanto más humildes nos mostraremos en relación con nuestra propia salud psicológica.
Radiz Géneris: La raíz de lo esencial
Miller, G. (2012). El continuo personalidad-demencia. En J. Brockman (Ed.), Este libro lo hará más inteligente (pp. 315-318). Paidós Transiciones.
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