“Toda la filosofía occidental no es más que una serie de notas a pie de página de Platón”, sugirió provocadoramente Alfred Whitehead en 1929. ¿Y si lo mismo se aplicara a la psicología moderna? En esta entrada del blog nos sumergiremos en las profundidades de nuestras prácticas y teorías psicológicas actuales, rastreando sus raíces en la sabiduría antigua, específicamente en los aportes de los filósofos griegos. Nuestro propósito es tender un puente entre el pasado y el presente, revelando cómo los cimientos de la psicología moderna descansan sobre el legado intelectual de la Grecia clásica.
Imagina por un momento que estás frente a dos puertas: una te lleva a un mundo de formas perfectas e ideas inmutables, donde todo conocimiento es eterno y universal; la otra, a un vasto jardín donde todo lo que ves, tocas y experimentas es fuente de sabiduría. Esta no es la trama de una novela de fantasía, sino una metáfora de uno de los debates más antiguos y persistentes en la historia del pensamiento humano. Detrás de estas puertas se encuentran, respectivamente, Platón y Aristóteles.
Tanto la filosofía como las prácticas científicas, y especialmente la psicología, pueden considerarse una extensión de los diálogos filosóficos de Platón y los tratados de Aristóteles sobre la naturaleza humana.
Platón, el visionario de las Ideas eternas e inmutables. Para él, el mundo material que percibimos es sólo un pálido reflejo de la verdadera realidad espiritual. El ser humano, decía, está compuesto por un cuerpo físico perecedero y un alma inmortal que anhela alcanzar el conocimiento puro de las Ideas perfectas.
Aristóteles, el empírico práctico. Este pensador rechazaba las Ideas platónicas como meras abstracciones y, en su lugar, abogaba por estudiar el mundo real a través de la observación metódica. Para Aristóteles, el cuerpo y el alma no eran entidades separadas, sino una unidad indisoluble. No hay verdades eternas, sino conocimiento derivado de la experiencia.
Así, desde sus inicios, la psicología ha sido un campo de batalla entre las visiones opuestas de Platón y Aristóteles. Por un lado, tenemos las corrientes teóricas que abrazan un dualismo platónico, separando la mente del cuerpo físico. Lo que ha dado lugar a enfoques que priorizan la exploración de los procesos mentales internos y subjetivos.
Por otra parte, otros enfoques se alinean más con el monismo aristotélico, estudiando la mente a través de la observación empírica del comportamiento y los procesos mentales emergentes. Rechazando abstracciones metafísicas y buscan comprender la mente como un producto inseparable del cuerpo y el entorno físico.
Exploremos las perspectivas de dos figuras prominentes en el ámbito contemporáneo, para ilustrar cómo la antigua dicotomía entre el idealismo platónico y el empirismo aristotélico continúa influyendo en nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. A través de sus contribuciones, vemos reflejadas las eternas preguntas sobre la mente, la percepción, y la realidad, evidenciando que, incluso en la modernidad, seguimos caminando por senderos trazados hace milenios.
Kahneman, con su teoría del “pensamiento rápido y lento”, nos muestra un paisaje mental que Aristóteles habría explorado con entusiasmo, demostrando que nuestras acciones y decisiones emergen tanto de procesos cognitivos profundos como de respuestas instantáneas y automáticas. Este enfoque empírico y observacional refleja la tradición aristotélica de buscar el conocimiento a través de la experiencia sensorial y la razón. Aun cuando el propio Kahneman con sus experimentos nos hace dudar de si somos realmente tan racionales como presuponemos.
Por otro lado, Byung-Chul Han, en su reflexión sobre la “sociedad de la transparencia”, nos advierte de un mundo en el que todo se convierte en imagen y superficie, un eco distante de la caverna de Platón, donde las sombras en la pared engañan a los prisioneros sobre la verdadera forma de la realidad. Nos insta a cuestionar la autenticidad de nuestra percepción en la era digital, un llamado a la introspección que resonaría con los ideales platónicos de buscar la verdad más allá de las apariencias. Nos invita a no dejarnos cegar por la ilusión de las sombras proyectadas con la luz de las pantallas, buscar en cambio una comprensión profunda y real
Al adentrarnos en el vasto campo de la psicología, ¿de qué lado te posicionas? ¿Eres más de los visionarios platónicos que buscan comprender las profundidades del alma? ¿O te sientes más cómodo en el terreno de los observadores aristotélicos, estudiando la conducta y los mecanismos cerebrales?
Incluso en las preguntas y las discusiones abiertas más complejas y relevantes la dicotomía permanece vigente. ¿Son los procesos mentales superiores meros epifenómenos de la actividad neuronal? ¿O hay una dimensión subjetiva trascendente e irreductible a lo puramente material?
Creo que uno de los más puntos clave para nuestra época sigue permeado por la discusión: el pujante debate de la inteligencia artificial ¿Pueden las máquinas emular el modo de pensamiento humano a través de circuitos electrónicos? ¿Será que las máquinas se están acercando peligrosamente a tocar la puerta del mundo de las ideas? A través de modelos de lenguaje de aprendizaje profundo, se procesa y genera información de manera que puede parecerse a la abstracción platónica. Crean conceptos “ideales” al identificar patrones en grandes volúmenes de datos, y luego generalizan estos conceptos para aplicarlos en situaciones nuevas.
Y aun más: con la irrupción de los modelos como Sora, estamos presenciando un avance que parece acercarse a la visión aristotélica del conocimiento a través de la percepción y la experiencia sensorial. Un eco de cómo Aristóteles valoraba la capacidad humana para entender el mundo mediante la observación directa y la interacción con nuestro entorno.
Sea cual sea tu inclinación, una cosa es segura: la antigua contienda entre Platón y Aristóteles aún resuena en los debates contemporáneos sobre la naturaleza de la mente humana. Y cada uno de nosotros somos un eslabón de una cadena ininterrumpida de pensadores que se remontan a los albores de la filosofía occidental.
Radiz Géneris: La génesis de la raíz.